dijous, 19 de juny del 2008

La llei de l'oferta i la demanda, de Xavier Sala i Martín a La Vanguardia (18/06/2008)

Uno de los principios más importantes de la economía es el de la ley de la oferta y la demanda: cuando el precio de un producto sube, las empresas aumentan su producción (porque un precio superior hace provechosos procesos que de otra manera no son rentables) y los consumidores reducen las compras (porque pasan a comprar sustitutos más baratos). En una economía de mercado como la nuestra, el equilibrio entre la oferta y la demanda determina el precio final: el precio sube cuando aumenta la demanda o cuando cae la oferta. Así de simple.
A pesar de que todo eso se enseña durante la primera semana en cualquier facultad de economía moderna, la reciente escalada del petróleo ha puesto de manifiesto que son muchos los políticos y analistas económicos que siguen sin entender las leyes fundamentales de la economía. Veamos tres ejemplos reveladores. Primero: cada día está más extendida la idea de que el petróleo está subiendo por culpa de unos supuestos especuladores malignos, especuladores que, dicho sea de paso, han sustituido a los empresarios capitalistas en el papel de causantes de todos los males de la humanidad en el ideario de socialistas, medioambientalistas y demás descendientes intelectuales del marxismo.
Normalmente, los especuladores ganan dinero a base de comprar un producto barato, guardarlo durante un tiempo mientras esperan (especulan) que su precio suba y, cuando lo hace, venderlo y quedarse con la diferencia. Cuando muchos especuladores compran al mismo tiempo, ellos mismos crean una demanda que hace subir los precios. Es por eso que se les acusa de encarecer el petróleo. El problema es que los presuntos especuladores del petróleo no compran barriles de crudo, no los guardan en sus casas y no los vuelven a vender al cabo de unos meses. Para hacer eso necesitarían tener unas casas muy grandes y pagar unos costes de almacenamiento descomunales. Lo que hacen en realidad es comprar contratos de “futuros”. Es decir, adquieren unos papelitos que les da derecho a comprar barriles de petróleo dentro de seis meses a un precio determinado. Si dentro de seis meses el precio de mercado es superior al determinado, comprarán los barriles al precio determinado y los venderán inmediatamente después al precio de mercado apropiándose de la diferencia. De alguna manera, es como si los especuladores “apostaran” a que el precio del petróleo subirá sin tocar nunca ni un solo barril de crudo. Y del mismo modo que los que apuestan a las quinielas de fútbol no tienen ningún impacto sobre el resultado de los partidos, la gente que compra “futuros” de petróleo sin comprar barriles no afecta ni la oferta ni la demanda de crudo y, por lo tanto, no afecta su precio. ¿Por qué sube, pues, el petróleo? Pues por varias razones, la principal de las cuales es el enorme aumento de demanda que proviene de los grandes países en vías de desarrollo como China e India, cuyos ciudadanos cada vez más ricos han decidido ir en coche, utilizar la calefacción y el aire acondicionado. Es la ley de la oferta y la demanda.
Segundo ejemplo: una amplia gama de políticos y huelguistas españoles, europeos y americanos proponen eliminar temporalmente los impuestos sobre carburantes con el objetivo de reducir su precio.
Eso es un craso error. Imaginemos que la oferta y la demanda dictan un precio de la gasolina de 100 y que el Gobierno pone un impuesto de 30: los consumidores pagan 100, los productores de gasolina cobran 70 y el Gobierno recauda 30. Hasta aquí todo normal. Pensemos qué pasará si el Gobierno elimina el impuesto de 30. Si la oferta de gasolina es más o menos constante a corto plazo (y lo es, dado que cambiar la producción de crudo es extraordinariamente costoso), la oferta y la demanda seguirán siendo las mismas, por lo que el precio que deberá pagar el consumidor seguirá siendo 100. Pero el Gobierno ya no cobrará los 30. ¿Pero si el consumidor sigue pagando 100, a dónde van a parar los 30 que hasta ahora recaudaba el Gobierno? Pues directamente al bolsillo de los productores. Es decir, la eliminación del impuesto sobre la gasolina no sólo no contribuirá a reducir precios, sino que representará un enorme regalo fiscal a los ya millonarios regentes de Arabia Saudí o Venezuela.
Tercer ejemplo: muchos gobiernos progresistas, después de darnos la lección diaria sobre el cambio climático, van y firman todos los tratados internacionales habidos y por haber, buscan reducir emisiones a través de la coerción estatal y dedican millones de euros a “campañas de concienciación” o a promover las tendenciosas y deliberadamente histéricas películas de Al Gore. A la hora de la verdad, sin embargo, esos gobiernos fracasan e incumplen sistemáticamente los objetivos a los que se han comprometido. Pues bien, esos mismos gobiernos se quejan de la subida de los precios del crudo e intentan tomar medidas para paliar los efectos sobre los ciudadanos, sin darse cuenta que es esa misma subida de precios la que va a lograr lo que ellos no han conseguido hasta ahora: reducir las emisiones de CO2. Porque lo que realmente va a afectar el comportamiento de la gente no son las campañas institucionales a favor de una “nueva cultura de la energía” o las películas pornoclimáticas, sino el bolsillo: los consumidores ahorrarán de verdad cuando les sea demasiado costoso no hacerlo y las empresas ofrecerán alternativas cuando eso les reporte beneficios. Así de simple. Es la lección más antigua de la economía. Es la de la ley de la oferta y la demanda.
.
XAVIER SALA I MARTÍN, Columbia University, Fundació Umbele y UPF.
.